lunes, abril 07, 2008

Crédito barato (II)

El otro día elucubrábamos sobre lo que puede costar un pequeño coup de whisky al mercado de valores y deberíamos pensar en una receta para crear una economía fuerte, dinámica y elástica, capaz de blindarse lo máximo posible ante las atrocidades del BCE o la Fed.

Aquí se refierePablo Molina al profesor Huerta de Soto y a su tratado sobre "Dinero, crédito bancario y ciclos económicos". No puedo evitar reproducir la metáfora:

Supongamos que Robinson Crusoe se encuentra recién llegado en su isla y que, como único medio de subsistencia, se dedica a la recolección de moras, que recoge de los arbustos directamente a mano. Dedicando todo su esfuerzo diario a la recolección de moras, cosecha frutos en tal cantidad que puede subsistir e incluso tomar algunas más de las estrictamente necesarias para sobrevivir cada día. Después de varias semanas a ese régimen, Robinson Crusoe descubre empresarialmente que si se hiciera con una vara de madera de varios metros de largo, podría llegar más alto y lejos, golpear los arbustos con fuerza y conseguir la cosecha de moras que necesita con mucha más rapidez. El único problema es que calcula que en buscar el árbol del que pueda arrancar la vara y luego en prepararla, quitándola sus ramas, hojas e imperfecciones, puede tardar cinco días completos, durante los cuales tendrá forzosamente que interrumpir la recolección de moras. Es preciso, pues, si es que quiere proceder a elaborar la vara, que durante una serie de días reduzca algo su consumo de moras, dejando apartado al remanente en una cesta, hasta que disponga de una cantidad suficiente como para permitirle subsistir durante los cinco días que prevé que durará el proceso de producción de la vara de madera. Después de planificar su acción, Robinson Crusoe decide emprenderla, para lo cual, con carácter previo, debe, por tanto, ahorrar una parte de las moras que cosecha a mano cada día, reduciendo en ese importe su consumo. Es claro que esto le supone un sacrificio ineludible, pero piensa que el mismo sobradamente le compensa en relación con la ansiada meta que pretende lograr. Y así durante diez días decide reducir su consumo (es decir, ahorrar) acumulando moras de sobra en una cesta hasta alcanzar un importe que calcula será suficiente para sustentarle mientras produce la vara.

De una manera muy sencilla nos explican el peligro inmanente que acecha tras la expansión crediticia. La escuela austriaca ha sido vilmente infravalorada por lo impopular de su esencia escéptica, seguramente, a menudo mal interpretada como pesimista. Quizás mini-capitulaciones como la de Schumpeter le hicieron un flaco favor, quizá no y Schumpeter es un nombre demasiado complicado de pronunciar. Por suerte, la realidad se encarga de resarcir periódicamente a los Mises de las injusticias históricas respecto a sus conclusiones sobre los ciclos económicos.


Seguimos con Mises:

[...]Mises, al explicar su teoría del ciclo, hacía una distinción entre dos tipos de créditos que se ofrecen en el mercado: “crédito mercancía” y “crédito circulatorio”.Fritz Machlup, alumno y seguidor de Mises en la aplicación de la teoría austríaca del ciclo económico, denominó a estos dos tipos de crédito “créditos de transferencia” y “crédito creado”. [...]

Como hemos visto [...] si no se produjera ningún aumento en la oferta monetaria, esto es, si no existiese “crédito creado”, entonces todos los ahorros monetarios provenientes de ingresos representarían una transferencia real de control de mercado sobre recursos y trabajo de los que reciben los ingresos a potenciales inversores. Los ahorristas habrán prestado una cantidad real de recursos, representados por el valor monetario de estos recursos reales, para actividades de inversión en vez de utilizarlos más directa e inmediatamente en la manufactura de bienes de consumo. Este “crédito de transferencia” de recursos reales para fines de inversión sería devuelto a los ahorristas cuando los créditos monetarios fueran devueltos con el interés acordado. La suma de dinero devuelta tendría entonces la capacidad de adquirir una mayor cantidad de bienes reales y servicios para fines de consumo. Y los proyectos de inversión llevados a cabo con el crédito de transferencia tendrían horizontes temporales consistentes con los ahorros disponibles y con el período por el que se realizaron los créditos.

Sin embargo, en el mundo de hoy, las autoridades monetarias tienen la capacidad de trastornar este delicado equilibrio entre ahorro e inversión mantenido por las tasas de interés de mercado, según hemos visto en la primera parte. Por su capacidad de expandir la oferta monetaria, los bancos centrales tienen el poder de crear crédito. El “crédito creado” es indistinguible del “crédito de transferencia” en las transacciones de mercado. Representa unidades adicionales del medio de cambio que son intercambiables con todas las otras unidades de dinero ofrecidas en el mercado a cambio de bienes y servicios. Por ello estas unidades son tan aceptadas en las transacciones de mercado como las unidades de la oferta monetaria existente antes de la expansión crediticia.


Es fascinante leer como relata la secuencia inevitable de hechos hasta llegar a la conclusión:

“Llegará un momento en que ya no será posible seguir aumentando la circulación de medios fiduciarios. Entonces se producirá la catástrofe, con las peores consecuencias, y la reacción contra la tendencia alcista del mercado será tanto más fuerte cuanto más largo haya sido el período durante el cual el tipo de interés de los préstamos estuvo por debajo del tipo natural de interés y cuanto mayor haya sido el alargamiento de los procesos indirectos de producción no justificados por la situación del mercado de capital.”

Parece mentira que los trabajos de donde se extraen estás citas daten de 1912, 1949 y nos pillen de nuevas una y otra vez. Es cierto que las teorías sobre los ciclos económicos pueden resultar inextricables o parecer incompletas, pero desde luego son los modelos más fiables de los que disponemos. Cada vez que Solbes llega a un ministerio parece que nos mira un tuerto (nunca mejor dicho). Devalúa la peseta demasiado tarde, peca mortalmente de omisión y nos suelta trolas mucho peores que las armas de destrucción masiva.


Cuestión de matemáticas, otra vez. Y el único que coteja los datos reales y más ajustados a la realidad es, cómo no, el Gobierno. ¿Me va a decir alguien que Pablo Molina jugaba a adivino y acertó? Alguien puede argumentar que todo es inevitable, que no quedaba más que apretarse los machos y rezar. Pues bien, entonces que dimita en pleno el Ministerio de Economía y Hacienda y le ahorren dos tardes de sufrimiento a Zapatero.

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