lunes, mayo 26, 2008

Antes que el diablo sepa que has muerto

Que nadie piense que esta película es el canto del cisne de Lumet. Si permanece dentro del octogenario director una sola pizca del cine que ha destilado en “Before the Devil Knows You're Dead” no nos queda otra que esperar con impaciencia su próxima película. El argumento del film podría parecer banal por lo cotidiano: la urgencia une a dos hermanos que se encuentran asfixiados por la necesidad económica en una Nueva York que no da tregua a padres divorciados ni a delincuentes fiscales. La desesperación les lleva a concebir un plan para atracar la joyería familiar en las afueras. Nada de armas y ni hablar de violencia. El seguro se hará cargo de las pérdidas sin que nadie salga damnificado. Como se puede imaginar, no saldrá como estaba previsto.

Pero ese punto de partida tan presumiblemente vulnerable adquiere dimensiones de obra maestra en manos de Sydney Lumet y Kelly Masterson. El director – varias veces premiado, muchas más nominado -, y la guionista han redondeado la historia dando lugar a celuloide del mejor. No es un thriller al uso, pese a que abunden algunos de sus ingredientes; tampoco es un melodrama, por mucho que las relaciones paterno-filiales estén a flor de piel. “Antes que el diablo sepa que has muerto” es una historia arrebatadora de principio a fin que habla de la necesidad, de la adicción, de la infidelidad, del crimen, de la vejez, de la última decisión.

La línea maestra de la película utiliza un recurso que nos es familiar: fragmentar los hilos argumentales y presentarlos como una sucesión de escenas discontinuas en el tiempo. Y se ha resuelto con gran eficacia dejando patente el esfuerzo previo. Un portero automático roto nos recordará, por ejemplo, el ánimo de dos personajes distintos en un momento de la película. El uso de ese señuelo, a modo de guía, servirá para unir dos secuencias separadas en el metraje pero continuas en el tiempo. Será en ese momento cuando asociemos la angustia de uno de los hermanos con la ira del otro. Permitirá de paso que volvamos a la secuencia inicial para comprender mejor las motivaciones de uno y otro. No hay puntada sin hilo y, del mismo modo, encontraremos escenas desde distintos puntos de vista que, lejos de redundar, enriquecen la narración. Sidney Lumet utiliza la profundidad de campo para implicar al espectador en la historia de manera incontestable. Son frecuentes también los fondos desenfocados – existe tecnología desde los años 40 para que se hubiera evitado si fuera la intención – que funcionan en paralelo a los primeros planos.

La película transcurre en un número reducido de escenarios que tienen como telón de fondo Nueva York. Las ventanas de la casa de Andy – Philip Seymour Hoffman – ofrecen una panorámica inconfundible del edificio Chrysler. Un cuadro en su despacho puede sugerir que la oficina en que trabaja está en ese edificio. El camello de Andy también vive en un piso de lujo con vistas a la gran manzana, mientras que la vida de Hank – Ethan Hawk - y su ex-mujer transcurren en Brooklyn. La puesta en escena hace que cada uno de esos escenarios – recordemos los inicios de Lumet en el teatro – le sienten a la historia como anillo al dedo. Los exteriores se han rodado con un aspecto de filmación amateur que refuerza lo realista de esas escenas y muestra el Nueva York crudo y metropolitano que tanto peso tiene en la historia.

En cuanto a los actores, Philip Seymour Hoffman sobresale por encima del resto. Cualquier exceso se le perdona, porque el idilio que tiene con la cámara hipnotiza al espectador y da rienda suelta a su talento. Marisa Tomei se hace cargo de un papel nada sencillo que resuelve con gran oficio. Ethan Hawk, por el contrario, es el que se queda rezagado. Su aire de “yo pasaba por aquí y me encontré con esto que me sobrepasa” es perfecto para gran parte de la película, pero en los momentos de mayor intensidad dramática no está a la altura y su histrionismo no le va a la zaga al de Tom Cruise en Jerry McGuire. Albert Finney, por su parte, reserva fuerzas para un crudo y nada fácil final.

Por si todo lo dicho fuera poco, la cinta está adornada por una banda sonora sencilla pero que encaja a la perfección con el tono de la película. Podemos subrayar por ejemplo como una sirena de policía inexistente nos pone de los nervios cuando parece mezclarse con la música en los momentos de angustia de Hank. Y no sólo la música incidental sino que, como si temiera eclipsar la película, la música integrada va apareciendo y desapareciendo en bares o coches y reforzando la acción.

“Antes que el diablo sepa que has muerto” es una de las mejores películas de su director y un soplo de aire fresco en el cine actual que da la razón a los que nos quedamos a medias con “Fargo”, los que nos conmovimos con Fredo en “El Padrino”, los que estábamos convencidos de que “No es país para viejos” no tenía un rival de enjundia el año pasado, los que nos emocionamos con el final de “Million dollar baby” y los que volvemos a casa satisfechos cuando vemos un peliculón en el cine.

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